• marta@rosanera.es
Narrativa
La noche que me enamoré de la sombra de mi verdugo

La noche que me enamoré de la sombra de mi verdugo

Audiorelato

Entraste a aquel lugar acompañada por tus verdugos, con un collar que podría costarte la vida si alguien decidía apretar el botón. Caras conocidas, caras que sólo habías visto por televisión, caras que te resultaban familiares sin saber por qué. Y una sombra situada a tu espalda. ¿Un dejavú? Qué extraño. ¿Por qué no muestra el rostro? ¿Qué oculta? Huyes. Te sigue. Lo siento. Que no te encuentre. Algo en él te resulta familiar, pero te alejas. ¿Te asusta? No, tú no temes a nada. No. ¿No? Le esquivas, al él y a otros. Pero, ¿por qué lo siente? Es como si ya le conocieses. Te estás volviendo loca. Se acerca de nuevo. Dejas de huir. ¿Esto ya ha ocurrido? ¿Él ya ha sido tu sombra antes? ¿Quizás…? No, absurdo. Dice creer en tu inocencia. Miente. ¿Miente? ¿Por qué te dan sosiego sus palabras? Se descubre el rostro. Ojalá pudiese hacer algo por ti. ¿Por qué te resulta tan dulce…? Espera, ¿es capaz de encontrar gente? Quizás… No, no, no, no, es una locura, es imposible, además, ¿por qué lo haría? Seguro que sólo es una trampa, que busca algo, pero ¿el qué? No tienes nada que perder… ya ni siquiera queda esperanza… Se marcha. Le observas. Siempre repite los mismos patrones. Es una sombra, olvidada. Los mismos pasos. Idénticos movimiento. ¿Qué oculta? Regresa a ti y vuelve a decir lo siento. No la ha encontrado, no está en el sistema. Sólo hay dos opciones. ¿Seguro? Algo hace clic en tu cabeza y te marchas, como haces siempre. Piensa. Piensa. ¡Piensa! ¿Y ahora qué? ¿De verdad la has perdido para siempre? Te rompes. Te vuelves a sentir pequeña. No. Otra vez no. ¿Por qué? Una mano acaricia tu hombro. ¿Estás bien? ¿La sombra siempre está ahí? Te devuelve la esperanza, aunque en parte sabes que no es más que la quimera que te lleva acompañando años. Tomas aire. Sigues adelante. Objetivos. Céntrate. No te disperses. El mundo va demasiado despacio y tienes prisa, pero ¿prisa por qué? ¿Por morir a manos del cazador? No. No. Eso será otro problema para tu yo de mañana. Le vuelves a sentir, está ahí. Junto a ti. Tomas aire y el mundo a vuestro alrededor vuelve a desaparecer. Ya no sientes ansia porque los segundos transcurran más rápido, no observas todo lo que te rodea esperando que acabe, sólo a él. ¿Por qué? Ya sabes quién es. Te cazó. Estás ahí por su culpa, pero… Tomas aire. Es un gato callejero. Tienes la certeza de que si no lo haces te arrepentirás durante las horas que te quedan… Sólo eres capaz de oír tus latidos golpeándote el tímpano. Miedo. Dulce. Suave. Húmedo. Vuelves en ti. ¿Qué has hecho? Cagarla, como siempre, ya te tiene donde quería. ¿O no? Te agarra con dulzura. El calor de su piel te hace olvidar quién es, lo que ha hecho, lo que otros temen. Todo a tu alrededor pierde relevancia… En ese instante ya nada importa…