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Narrativa
Maldita caja

Maldita caja

Pandora conducía pensativa. El coche que había cogido tiraba bastante bien, y había puesto la música al máximo. El aire que entraba por la ventanilla le golpeaba la cara con fuerza. Si alguien le hubiese preguntado en aquel momento, habría contestado que era un lagrimeo tonto por ir a 150 con la ventanilla bajada, pero no era cierto. “¿Qué haces aquí? No tienes por qué venir. Vete”. Menuda mierda de últimas palabras. Ella ni siquiera le respondió, sólo se encogió de hombros. Maldita caja. Cómo decirle que iba por él, como siempre que se metía en algún fregao. Total, ¿quién iba a creerle? Si no se creía ni ella. 170. Se enciende un cigarrillo. Rafael le habría dicho que estaba loca, y ella le habría sonreído, pero esta vez no tenía ganas ni de eso. No sentía rabia. Ni pena. No sentía nada. Había enganchado la autovía, y en ese momento no había nada que le importase.

“El plan”. Ese caos al que habían llamado plan. No le gustó nada de lo que oyó antes de entrar en aquel edificio. Con lo poco que le gustaban los hospitales de por sí. Le recordaban a todas esas veces que había tenido que ir de pequeña. “Entra y nos informas”. Claro, porque eso tenía mucha lógica en una trampa del Wyrm, seguro. Y como era de esperar, el ‘cambia pieles’ volvió a hacerse pasar por ella. Le vio cogerle el comunicador y hablar con los suyos. “Un día de estos debería hablar con él”, pensó recordando al cuervo de la ventana. El dolor de Tecnovirus le obligó a cambiar sus planes, ya no podría seguir oculta, no pudo reprimir el impulso de ponerlo a salvo. Y corrió. No le importaban los peligros ni ser descubierta, sólo corrió. Al llegar al recibidor del hospital le vio tumbado en el suelo, y aunque sabía que continuaba con vida, se temió lo peor. Le enganchó con fuerza y continuó corriendo mientras gritaba “¡Cambiapieles! ¡Vámonos!”.

Estaban desorganizados, necesitaban un plan y no suicidarse en la entrada de un hospital, a la vista de todos. Pero en ese momento algo dentro de sí se rompió. Su hermano había caído, y la ira la dominó. Paró en seco, y mientras cambiaba a la forma más brutal, corrió hacia la bestia. Le golpeó con el puño en el pecho. El tiempo pareció no pasar. Sintió la hermandad, la unidad, mientras destrozaban al monstruo que les había robado al más glorioso de sus hermanos. Silencio. Tras la batalla el mundo de la manada enmudeció. Pero había que actuar rápido, y más compañeros podían estar en peligro, el ‘cambia pieles’ no estaría solo, al igual que no lo estaba en la Pelli. Al subir las escaleras encontraron sangre. Demasiada sangre. Y al volver la esquina, estaba él tendido en el suelo, sin vida. Pero había que terminar la misión. Nada habría merecido la pena si no la concluían, ya habría tiempo de lamentaciones.

A penas llevaba media hora al volante, se aburrió de aquella quietud. Un letrero le invitó a desviarse. El mar no debía estar lejos. Si se esforzaba, casi podía olerlo. Disminuyó la velocidad. “¿Scorpions? ¿En serio? Eso debe ser coña…”. Siguiente canción. Le había pedido a Tecnovirus que se hiciese cargo, que “ahora volvía”. Sweet Dream. “Necesito un pen…”. La música le había distraído. “Céntrate”, pensó. Ya no había luna, y a través del parabrisas sólo había oscuridad, y árboles. Con lo poco que le gustaban los árboles. Pero aquello no le llenaba. Paró el coche en un camino de tierra. Apagó las luces y se bajó. Glabro. Crino. Hispo. Lupus. Corre. Atraviesa el pinar. Arena. Agua. Sal. Océano. Su pelaje se moja. Homínido. Flota. Ya no se mueve. Ya no huye. Ha llegado. Silencio. Paz.

Al fin llegaron a la séptima planta. Un largo pasillo le mostraba una imagen que le erizó el pelo de la nuca, y una puerta abierta. Cuidado. Dos personas. Había que sacarlos, y su manada lo haría. Tecnovirus y ella se adentraron, pero Ley Binaria y Rabia Amarga no les siguieron. ¿Protegían la salida o quizás les habían abandonado para adentrarse en una nueva batalla? La misión. Lo importante era sacar a la parentela. Ya habría tiempo para hacer preguntas. Debía confiar. Él le preguntó. Ella mintió, como siempre hace. ¿Quién se creería que ella le seguiría? Si no se lo creía ni ella. Ni aunque Pam fuese la última Camada de Fenris, Espina no le seguiría a ninguna parte. ¿Realmente le habría creído aquel extraño?

Salen de la sala. Los cuatro. “Los tengo, vámonos”. Ahora sí. Misión cumplida. Sólo queda salir de allí. Se abre el ascensor. Tecnovirus empuja la camilla. Esa cosa no cambiará de momento. Al menos habrá tiempo de conseguir más. “Baja con él, tengo algo que hacer”. Pam baja por las escaleras. Le encuentra. Seguro que el otro acabó muy mal, demasiada sangre sin cuerpo más allá. Está convencida de que fue una batalla gloriosa. Lo carga. Continúa bajando. Se encuentra con su hermano, mientras le esperaba ha cogido al caído. Una ambulancia. Todos dentro. Marchan a un lugar seguro. Lejos, muy lejos. Donde nadie pueda verlos.

Una ola choca contra su cara. La activa. No puede tardar. Prometió que volvería pronto. Aun tiene algo pendiente. Algo que terminar. Algo que cumplir. Regresa a la orilla. Lupus. Corre. Llega al coche. Ya está seca. Arranca. Primera. Segunda. Tercera. Cuarta. Quinta. Sexta. Autovía. 170. No tarda mucho en ver las luces de Bollullos. Cartel de salida. 300 metros. 200. 100. Entra. Aparca antes de llegar a las luces. Baja del coche. Nadie la ve. Glabro. Crino. Hispo. Lupus. Y corre. Corre campo a través como si no hubiese un mañana porque realmente no le importa que no lo haya. Puede sentir el aire en todo su pelaje. El suelo bajo sus patas. Nadie puede olerle y sólo es una sombra en una noche sin luna. Siente que algo vuela cerca de ella. Oye un graznido. A lo lejos, el polígono donde aparcó la ambulancia, con él, con ellos. Homínido. No importa, nadie puede verla. Coge el teléfono que alguien se había dejado en el coche. Marca un número que odia. Comienza a haber luz.

—Viento Glauco —Su voz suena seca, casi hiriente —, mueve tu culo al Pibo, tenemos que hablar —. Ya no queda nada en la caja, y Sombra de Lobo ha dejado de sentirse necia.

Fragmento de #ProyectoCaos.

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