El encargo

El tic tac del reloj era lo único que se oía en aquella oficina. Pedro lo miraba con impaciencia esperando que diesen las dos menos cinco, hora a la que habitualmente se marchaba. “Ya queda menos, pronto estaré tirado en mi nuevo sillón… -¿Y dónde lo pondrás Pedro? -Podría dejarlo en el salón… O mejor ponerlo en el despacho… -¿Le molestará a Sole que lo deje en el salón? -Sí, seguro que le molesta… Cuando llegó ayer no dejaba de maldecirme y de protestar porque no tenemos espacio.-Pedro, tú no le tienes que aguantar sus manías, por algo que te haga feliz tampoco tiene derecho a quejarse -¿A ver para qué quiere tres gatos? ¿No tiene bastante con los dos hijos que le di? Porque mira las pocas ganas que tenía yo de tener críos -Y ahí que cumpliste, como un campeón, dos niños, y ya los tienes casi colocados ¾Vamos, se quejará Sole, sólo me ha faltado parirlos, y con la que me dio en el parto, casi como si lo hubiese hecho yo mismo. -En el despacho creo que va a ocupar demasiado espacio, aunque como no te deja fumar en el salón, sólo en el despacho… -Sí, lo voy a poner en el despacho, así podré fumar tranquilo, y seguro que hasta la tengo contenta. -Además, como lo pongas en el salón, Pedrito, después tendrás que aguantar a tu suegra, que seguro que le gusta y con la excusa de que tiene malas las piernas, seguro que se apodera de él ¾Y eso no, me niego, después de los 1340 euros que me ha costado como para que encima se lo tenga que ceder. ¡Me niego!”. Pedro estaba ensimismado en sus pensamientos, intercalando los gestos de calma con los de indignación y enfado, cuando el tintineo de la puerta de la sucursal le indicó que alguien había entrado.
­–No me lo creo –susurró Pedro mientras cerraba los ojos con resignación.
–Disculpe, ya hemos cerrado –La voz de Ana se oía desde la sala contigua.
–En la puerta dise que sierran a lah do y todavía no son lah do, ají que me tendrá que atendé, ¿no? Amo, digo yo.
–¿Qué es lo que desea, caballero?
–Me quiero pillá un amoto y mi primo madicho cah quí me puen da lah pelah que me fartan, aunque le via a se sincero señorita, a mi loh bancoh no me hasen ninguna grasia porque soih to una panda ladroneh, ¡pero aro! Er Cabesa me pillo ayé la mía pa’ irse con la Jeny, y con la caraja sa’ comío er muro de la casa der Vesino. Bueno señorita, ¿me va dá loh 1000€ que me fartan o no? Porque ya puehto, me viá pillá una to flama. Emverdá yo m’iba pilla una de ehta queh tan solah en la calle, pero mi mama dise que no me meta en fregaoh, que todavía tengo una condena pendiente y no va a ir a llevarme pahteleh a la carse, ¡es que mi mama hase unoh pahteleh quehtán de muerte!
Al oír las palabras del recién llegado cliente, Pedro salió de su despacho para invitarle a volver al día siguiente, temía que aquello se alargase y estaba deseando volver a su casa para disfrutar de su sillón nuevo. Había imaginado el tipo de persona que sería sólo con oír su voz por lo que al ver a aquel chico vestido con un chándal blanco y una gorra con la visera levantada, no se llevó ninguna sorpresa.
–¿En qué podemos ayudarle caballero?
–Po’cabesa, ¿no ta’nterao de que lo queh quiero eh money? ¿Cash? ¿Qué oh tengo que hablá a lo internasioná o qué?
–Claro caballero, pero para poder ofrecerle un préstamo necesitamos su nómina, DNI y tres avales, y en función de estos datos podremos ofrecerle lo que mejor le convenga. –Pedro sabía perfectamente que aquel individuo no podría presentar lo necesario para concederle un préstamo, y aunque así fuera, dudaba que el banco se arriesgase a dárselo.
–¿Qué ise cabesa de nómina ni niñoh muertoh? ¡Yo no tengo de eso! –Cada palabra que decía era acompañada con un gesto de desdén, sacando pecho y después adelantando la cabeza mientras se mordía el labio inferior.
–Entonces, caballero, dudo que podamos concederle un crédito, tal vez debería plantearse que viniese algún familiar suyo con una nómina para pedirlo.
–¿Quién ha hablao de crédito? ¿Yo lo que quiero es que me den los 2000€ ahora, que he quedao con el Jonny dentro de veinte minutos para comprarle la Yoj de su’rmano.
–Pero caballero, ¿no nos acaba de decir que venía a por un préstamo de 1000 euros para comprarse una moto en una tienda para que su madre no tuviese que visitarle en la cárcel?
–¿Quéhtahablandokillo? ¿Qué mierda ehesa de un crédito panda estafadoreh? Yo lo que quieo eh que me deis los 3000 pavos –Su actitud, cada vez más agresiva, iba acompañada de violentos aspavientos.
–Disculpe caballero, pero me temo que no va a ser posible sin una nómina… –Pedro trababa de parecer sereno ante la actitud de aquel joven que no aparentaba más de 20 años. Dudaba entre echar al desconocido de la oficina o hacerle señas a Ana para que pulsase la alarma.
–¡Yamejartao! Que ya mestá dando to’ lo que tenga en la caja señorita, que yostoymuloco, eh! –Mientras hablaba sacó una navaja del bolsillo de su chándal para amenazar a Ana. –¡Que mire que como no me lo de to’ voy a tener que rajá a arguien! ¡Y eso a mi mama la vatraé un disgusto! ¡Y démelo rapidito que mi mama mestásperando en la frutería que no lleva suerto!
–Vamos a ver caballero, seguro que podemos arreglar esto sin necesidad de darle un disgusto a su señora madre.
–¡A mi mama ni nombrarla, eh! ¡Que yo por mi mama mato! ¡Y ahora dame to’ lo que tenga’n lacaja!
De nuevo sonó el tintineo de la puerta. En esta ocasión era una mujer mayor arrastrando un carro de la compra la que entraba en la sucursal.
–Buenos días Pedro, veo que ya conoces a mi hijo, ¿le has dejado sacar los 10 euros que me faltaban para la compra? –dijo mientras sonreía a Pedro, pero al ver la cara de miedo de éste y de Ana, frunciendo el ceño se dirigió a su hijo -Adolfo, ¿no me digas que ya la estás liando? Mira que te lo he dicho clarito, lo único que tenías que hacer era venir a sacarme los diez euros. –Y mirando hacia el techo continuó –Este niño me va a traer un disgusto.
–Rosario –comenzó Pedro que no daba crédito a lo que estaba sucediendo –, ¿este es su hijo?
–Lo siento mucho Pedro. ¡Adolfo tira pa’fuera, que en cuanto lleguemos a casa te voy a dar poca!
–Que no mama, c’a sío una confusión, que solo estamos hablando.
–¡Anda, tira, tira! ¡Que cuando lleguemos a casa verás! –Rosario cogió a su hijo de la sudadera mientras tiraba de él hacia la puerta –Disculpad, que no sabe lo que hace, que este niño es ¡tonto! -enfatizó mirando a su hijo -Anda, vámonos que al final la frutera me ha dejao fiao y ya se lo pago mañana. ¡Cuando se lo cuente a tu padre te vas a cagar!
–¡No, a papá no que se va a enfadar!
Rosario se llevó a Adolfo ante las miradas atónitas de Pedro y Ana. Cuando salieron por la puerta ambos suspiraron aliviados. Poco después, una vez Pedro se hubo montado en su coche comenzó a relatarse en voz alta.
–Pedro, lo que no te pase a ti… –Y yo cómo me iba a imaginar que ese energúmeno era el hijo de Rosario, con lo agradable que es esa señora… –Pues te voy a decir una cosa, de mañana no pasa que llame a la central para que nos pongan un guarda de seguridad en la sucursal. –¿Y si los de la central me dicen que no? –Bueno, no creo que se nieguen conociendo el barrio donde tenemos la oficina, porque cada día llega más chusma y esto es un sin vivir. –Seguro que el lunes viene uno de seguridad, aunque con los recortes son capaces de descontártelo del sueldo. –Si es que ya me lo decía Sole, que este trabajo no está pagado…
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