Lo mejor de la encimera de Inés
Mientras enjuagaba los vasos en la cocina de Inés, Diego se acercó por mi espalda, rodeándome con sus suaves manos, acariciando mi cintura. Me giró, poniéndome frente a él y besó mis labios. Continuó bajando por mi cuello hasta mi pecho mientras me desabrochaba el pantalón. Metió su mano por dentro de mis bragas y comenzó a acariciarme con suavidad, bajando lentamente hacia el interior de mis muslos.
Cada segundo me notaba más húmeda. Me hacía estremecerme. Sentí la suavidad de la yema de sus dedos abrirse paso entre mis labios, hasta alcanzar mi clítoris. Lo presionó con suavidad a un ritmo suave, incrementándolo conforme mi cuerpo reaccionaba. Cada vez me sentida más mojada, y mis manos recorrieron su cuerpo en busca del interior de su pantalón, pero no me permitió alcanzarlo, me cogió por la cadera, y aupándome, me sentó sobre la encimera.
Besó mi vientre mientras me desabrochaba los botones de los vaqueros. Mordisqueó mis muslos y sentí la necesidad de sujetarme a algo, buscando torpemente el final de la encimera. Mordió mis bragas y tiró suavemente, desplazándolas hacia un lado, permitiendo el paso de sus labios hasta los míos, rozándome con su lengua, haciendo que mi cuerpo se sobresaltara. Conocía la presión y el movimiento exactos que necesitaba para excitarme, y con cada oscilación de mi cadera, fue aumentando el ritmo.
Clavó sus pulgares entre mi ingle y mi monte de Venus, y no paró hasta que mis gemidos le indicaron el final de mi orgasmo. Necesitaba sentirle dentro, pero cuando traté de hacerle subir, presionó con sus yemas mi clítoris sin dejar de besarme, mirándome a los ojos unos segundos antes de volver a lamerme. Poco a poco sentí como subía de nuevo por mi vientre el calor que anunciaba al siguiente orgasmo. Tras el cuarto, perdí la cuenta de cuántos iban, me dejé llevar por sus manos y sus labios, hasta que quedé exhausta, apoyada en la pared.
Me temblaba todo el cuerpo, y él me miraba lascivo besando mis muslos, mi vientre, y mi pecho, subiendo hasta mi hombro. Le vi alejarse, abrir el frigorífico, coger una botella de agua, ofrecerme, y tras beber ambos volverla a guardar. Me rodeó con los brazos vistiéndome de nuevo. Me levanto de la encimera y me llevó al sofá, decía que allí estaría más cómoda. Cerré los ojos un segundo. Estaba tan exhausta que me quedé dormida. Al despertar, me encontraba sola en casa de Inés, se había marchado. Me vestí y me marché antes de que Inés se despertase.
Fragmento basado en Siluetas en mi pared.