Narrativa
Malas decisiones en un clic

Malas decisiones en un clic

Un escalofrío recorre tu cuerpo. Clic. Cierras los ojos. Tomas aire. Bum bum, bum bum, bum bum. Lo sueltas. Silencio.

Como un día cualquiera, sales tarde del trabajo. Es invierno y ya está bien entrada la noche. Esta semana los niños los tiene tu ex, por lo que al fin podrás tener tiempo para ti. Necesitas tomar el aire y salir de la tienda en la que trabajas tantas horas que empieza a parecerte que vives allí. Ya no tienes la misma paciencia que cuando entraste. Hace meses que odias a tu jefe y a los clientes que llegan cada día suplicándote que les des más dinero por sus joyas, en muchas ocasiones meras baratijas; o que no les cobres los abusivos intereses de la renovación de sus empeños. Aunque les avisaste de que serían altos, y ellos te juraron por sus parientes cercanos que en cuanto cobrasen se las llevarían, suelen llegar tarde a renovarlos y se resisten a pagar los intereses de demora, tocándote a ti fingir esa paciencia que no te queda, y hacerles entender que tú sólo trabajas en ese compro oro, que el negocio ni siquiera es tuyo, y que si no haces por lo que te pagan, al mes siguiente estarás haciendo cola con ellos en la puerta.

Un amigo te recomendó meterte en un grupo de Telegram donde la gente comparte planes para salir y, en el que estás, llevan toda la semana comentado que esta noche hay jam session en un edificio a las afuera, donde hacen performances y exposiciones de arte. Aunque está en la otra punta de Sevilla, la ciudad donde vives, y tendrás que ir en autobús (porque tu ex también se quedó con el coche que comprasteis a medias hace tres años, cuyas letras aún siguen domiciliadas en tu cuenta) el plan te invita a salir de tu zona de confort. Suena bien, y no tienes uno así desde hace demasiado tiempo… aunque tampoco tienes otro mejor, no te sobran las amistades desde que te divorciaste. ¿Qué puede salir mal?

Echaste la persiana de la tienda a las diez de la noche. Tu contrato dice que trabajas doce horas a la semana, pero no es más que otra mentira del tacaño de tu jefe. No sólo trabajas de lunes a sábado de nueve a dos, y de cinco a nueve, sino que encima siempre acabas echando horas de más. Tu nómina dice que cobras doscientos ochenta y siete euros; la realidad es que no llegas ni a seiscientos. Hoy llevas más de diez horas ahí metido, sin baño, sin agua corriente, y con un jefe que te recrimina salir a fumar cuando llevas horas muerto de asco porque “puede entrar un cliente en cualquier momento”. Hoy sólo han entrado cuatro personas: la cartera para dejar una carta del banco; una adolescente y un señor mayor para recargar el bonobús; y un chico que decía haber quedado con tu jefe para hacer una entrevista de trabajo… para cubrir tu puesto. A las once y cuarenta y tres has descubierto que ese cerdo te está buscando sustituto… Imaginas que es porque un día te quejaste de no cobrar los domingos que trabajas y le dijiste que no volverías a ir hasta que te los pagase como día festivo, con todas sus horas.

Como, para ir a la dirección del evento, desde tu trabajo hay mejor combinación de autobuses que desde tu casa, decides parar a cenar algo en la pequeña pizzería de Giancarlo. Se encuentra al lado de la tienda, y la encargada te deja ir al baño cuando tienes una urgencia en la tienda. Has pillado una porción de margarita, no porque sea tu preferida sino porque es la más barata que tienen. Casi te enguñipas cuando has visto acercarse el autobús a la parada y has tenido que salir corriendo para cogerlo. A esa hora perderlo podía implicar tener que esperar cuarenta minutos hasta que llegue el siguiente. Odias la línea 32 pero es la única que pasa por el barrio de mala muerte en el que estás perdiendo la poca vitalidad que te queda. Por un instante te planteas regresar a casa y pasar de todo, pero en Gran Plaza, clic, casi por impulso, te bajas y caminas hacia la parada del 16. En el grupo alguien dijo que se podía ir en esa línea, que había que bajarse en la parada del aeropuerto viejo, y que la fiesta se vería desde la carretera. Dudaste si bajar o no del bus, pero al ver a un grupo de chicas salir y dirigirse hacia un edificio, del que salían luces de colores, sentiste una falsa sensación de seguridad que te ha llevado a andar por un camino de tierra rodeado de matorrales.

Llegaste al sitio demasiado temprano. Clic. Debiste ir primero a cenar a casa, o incluso no haber ido. Ahora lo sabes. Pero ya es tarde.

Pides una copa. Quizás sea demasiado temprano para beber pero, ¿qué más da? Es tu noche libre y mañana no tienes nada que hacer. Desde que te has negado a trabajar los domingos gratis te sientes mejor contigo mismo. Pides un whisky, sólo, con hielo. Clic. Te llaman la atención las paredes, ¿eso son frescos? ¿ese estucado es veneciano? ¿Esas esculturas serán de mármol o de cartón-piedra? El lugar te recuerda mucho a La Paloma, una discoteca de Barcelona por la que solías salir con tus amigos antes de conocer a tu ex, quizás sea poco apropiado para esta ciudad, o al menos para el destartalado edificio en el que se encuentra. ¿Por qué es tan bello por dentro si por fuera parecía una casa en ruinas? Sobre el escenario se colocan los músicos, comienzan a hacer pruebas. Pinta bien. Una sonrisa se empieza a dibujar en tu cara. Te alegras de haber venido.

Clic. Miras el teléfono, ¿dónde estará esta gente? El grupo de Telegram lleva horas en silencio. ¿Por qué nadie dice nada? Estarán cenando. Seguro que llegan en un rato. Buscas al camarero ―¡Otra copa! ―Bebes. La sala comienza a llenarse. La gente parece más joven que tú pero eso te alegra, quizás conozcas carne fresca y al fin puedas echar un polvo. Los músicos tocan entusiasmados. Te sientes bien. Sueltas el vaso y sales a la puerta, te apetece echar un cigarro y en casa no puedes fumar; el rancio de tu compañero de piso no te lo permite porque le da asco el olor. Ojalá se oliese a sí mismo y se preocupase más por su higiene que por tus vicios. En la calle te encuentras con otros fumadores. Te piden fuego.  Hay una chica… Cruzas frases banales con algún desconocido. Hace frío. Bromeas. Terminas el cigarrillo y vuelves a entrar.

―¡Otra copa! ―Esta vez te cuesta más trabajo que te atiendan, la sala está llena de clientes, ¿dónde estará la gente con la que quedaste? Consigues la copa y sigues disfrutando del concierto. Alguien posa su mano sobre tu espalda. Clic. El pelo de tu nuca se encrespa, ¿eso ha sido un escalofrío? El frío de su piel atraviesa el tejido de tu camisa, y te llega el olor a tabaco. La reconoces, es de la chica que antes te pidió fuego. Sonríes. Parece que al final esta noche te acompañará alguien. Risas. Alcohol. Más risas. Acaricias su mano, su tacto te resulta suave, te recuerda al cristal, ¿o al mármol?pero no, no es posible, habrás bebido demasiado. Te besa. Te ruborizas. Te excita. Le cuentas lo del grupo de Telegram y tus dudas sobre si ir o no. Se ríe. Te desconcierta. Tus chistes malos parecen hacerle gracia, ¿o tal vez finja? Por un momento te preguntas si te pedirá dinero por aquello, pero antes de terminar de formularla en tu cabeza, te sientes culpable por hacerlo. Seguro que sólo le das pena. ¿Te besa de nuevo? Sientes su lengua saboreando cada recoveco de tu boca, esperas que no encuentre ningún resto de la Margarita.… Juega con tu pelo, mordisquea tu cuello. ¿Cuánto llevas en la cartera? Mierda… No, no, no, seguro que no lo hace por dinero, ¡un poco de amor propio, por dios! Pero y si… Dudas. Dudas y ella lo nota, pero parece no importarle, es más, ante tu nerviosismo, agarra tu pantalón y tira de ti entre la multitud.

―No, espera, no está bien ―¿Seguro? Dudas. No deberías. ¿O tal vez sí? Tira de tu mano, te obliga a seguirla por un pasillo, ¿a dónde vais? ¿esto está bien? ¿qué pensarán de ti? Aunque si nadie se entera… La poca luz del lugar no te deja ver bien dónde estáis. Subís unas escaleras. Parece que estáis detrás del escenario, ¿o es encima? ¿quizás sea al lado? Los destellos blancos entran por lo que parece una puerta, ¿será la salida al palco? La mano tira de ti a través del pasillo, entre las sombras. Te frena para besarte mientras aprieta tu cuerpo contra el suyo. ¿Está frío? Has bebido demasiado… Risas. Caricias. Sientes ese frío adentrarse por tu pantalón –. ¡No, espera! –¿Qué haces imbécil? Para una vez que una chica guapa se fija en ti no la cagues. Callas. Te dejas llevar por el momento. Recuerdas que saliste  de la tienda con veinte pavos que cogiste de la caja… menos lo que te has gastado en copas… Tal vez te queden cinco o seis euros… Más te vale que la chica no te quiera cobrar después.

Llegáis a una sala mayor. ¿Qué es eso que cuelga del techo? Será una sombra. Te has tomado un par de copas después de cenar poco, seguro que es una alucinación. No… espera… Las manos te agarran con fuerza mientras besa tus labios. Te empuja. ¿Te excita? Te vuelve a agarrar con fuerza y te besa con más violencia. Te excita. Besa tu cuello, sientes su lengua, sus dientes. ¿Sus dientes? Un escalofrío recorre tu cuerpo. Tu piel se humedece, debe ser sudor, ¿verdad? Te tiemblan las piernas y eres incapaz de sostener tu propio cuerpo. Flaqueas. Las manos te guían a un punto de apoyo y se alejan. Cierras los ojos un instante. Te sientes un poco mareado. ¿Qué tendría la bebida? Quizás te hayan drogado… Silencio.

No deberías haberla seguido. Ahora lo sabes. Pero ya es tarde para huir.

Abres los ojos pero a tu alrededor sólo hay oscuridad. ¿Sientes eso? Es miedo… Tu voluntad no te pertenece. Te sientes títere de esas manos heladas que te parecieron de cristal. Sólo puedes sonreír. Sólo te permite sonreír. ¿Te lo ordena? No, sus labios no emiten ningún sonido, ¿o sí? Silencio. Clic. Un sonido metálico lo rompe. Un haz de luz te ciega. Clic. ¿Has oído un obturador? ¿Te fotografía? No puedes verla. ¿Seguro que es ella? Otro haz, esta vez te da tiempo a ver tus propias manos. ¿Cadenas? No puedes moverte. ¿Por qué te hace esto? Otro haz. ¿Sangre? ¿Es tuya? ¿Sangras? Se acerca ―Eres un ser precioso ―dice. Su voz es hermosa, pausada… diabólica. Tiemblas. Otro haz. Ves tu reflejo en un espejo. Rojo. Todo es rojo. Esperas al siguiente, no entiendes lo que has visto. Luz de nuevo. ¿Dónde está tu piel? No puedes gritar. Silencio. Clic.

–Ahora tu voluntad me pertenece –dice la hermosa mujer mirándote fijamente a los ojos. Sonríe dejándote ver sus afilados colmillos –. Deberías haberte ido a casa… Ahora te convertirás en una de mis obras de arte… Para siempre. Clic.

Has perdido la noción del tiempo. No sabes cuántos días llevarás ahí, expuesto en esa galería de carne y sangre. Sólo puedes mover los ojos y los seres que han ido a verte se ríen, conversan, juegan a fingir que se seducen. Helena te presenta, ha llegado la gran noche y tú eres su última gran obra de arte. Todos aplauden. La felicitan por su excelente manejo de la carne, ¿de la carne? ¿No ven que estás vivo? ¿Por qué nadie te ayuda? Ves desfilar ante ti copas de sangre. ¡Helena dice que es tuya! ¿Pero cómo va a ser eso posible? Son tantas copas que deberías estar… Te concentras en sentir tus latidos. Silencio. Mierda

Extracto de la saga «La Orden del Khaos». Fragmento de #ProyectoCaos.